Cualquier cosa puede ser un instrumento, dijo Chigurh. Cosas pequeñas, cosas en las que uno no se fija. Pasan de mano en mano. La gente no presta atención. Y un buen día pasan cuentas. Colisionan las miradas al pasar página. Espero el autobús al salir del trabajo, en la parada de la calle
Señorio de Amocain, en
Mendillorri. Leo
No es país para viejos pegado al poste verde con los horarios de la línea doce; él silba a poco más de un metro, recostado sobre la abrazadera de una de sus muletas: abrigo rojo, palpusa*, gafas, cejas de joker, bolso. Lleva unos minutos guardando la misma postura de ave rapaz. Qué posibilidades hay de olvidar a alguien así: ninguna. Sin embargo, en quince años, ni siquiera he agachado la cabeza las pocas veces que nos hemos cruzado por la calle: cuando le veo sigo caminando, como si nunca hubiera sido nadie en mi biografía. Agacho la cabeza a pesar de que él siempre me observa achicando los ojos. Se llama
Jesús (no sólo recuerdo el nombre sino también, por ejemplo, la mirada abisal, su voz, la risa histérica, el portal de su casa, a su sobrina
María -flaca, pálida, morena-, la mancha oscura en la mejilla derecha y algunos detalles más).
Las 20.32, una mujer al paso me pregunta la hora.
Jesús sigue silbando una melodía estridente, manteniendo el pulso a una mirada que no encuentra. Intento seguir leyendo, no puedo. Llega el autobús, para, se abre la puerta. Le dejo pasar sin decir nada, quieto. Tiro el cigarro, lo piso. Subo detrás de él, que se sienta en uno de los asientos delanteros y me quedo de pie en la plataforma, agarrándome a la barra con la mano izquierda y sujetando el libro abierto con la derecha.
Y a partir de entonces ya nada es igual. Bueno, piensa uno. Es sólo una moneda. Por ejemplo. Nada especial.Dos paradas más y justo el asiento que está delante del suyo queda vacío. Me sigue mirando. Me siento. Ahí.
¿De qué podría ser instrumento? Ese es el problema. Disociar el acto de la cosa. Como si los elementos de cierto momento de la historia pudieran intercambiarse con los de otro momento distinto. ¿Cómo es posible? Vaya, si es sólo una moneda. Sí. Es verdad. ¿No? El autobús entra en la última rotonda de
Mendillorri para encarar hacia
Pamplona.
Jesús empieza a golpear el suelo con la contera de una de las muletas,
toc-toctoctoctoc, mientras que, con la otra, sacude el respaldo de mi asiento,
poc-poc-poc. Siento una bolsa de hielo en el estómago. Sabe. No puedo girarme,
toc-toctoctoctoc-poc-poc-poc. Me conoce. Se acuerda de mi. No va a detenerse,
toc-toctoctoctoc-poc-poc-poc.
*Gorra madrileña.
Nota: la cursiva es de
No es pais para viejos.