
Un año, un día. Al fin y al cabo son unidades de tiempo y espacio y, cuando quedan atrás, se vuelven lo mismo: tres días, cinco años. Nada. La velocidad del tiempo produce asombro. Entretanto, sucede la vida, los cambios. Diez años, ayer. Recuerdos a medida. Y la extrañeza del reencuentro: el afecto en un apretón de manos y la inspección fugaz a un cuerpo que no encaja en la memoria: primero el rostro, los ojos; el resto de facciones, las arrugas de la frente, las patas de gallo. Después el cabello y, finalmente, una caída libre hasta la tripa. Cuánto tiempo.
(Fotografía de Slipper Buddha)
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