
La niebla cubría la pista. Abandoné la plataforma agarrado a un paraguas con las varillas desnudas y comencé a caminar sobre el cable y seguí hasta alcanzar la mirilla que colgaba de un hilo de seda. Me detuve y me puse de puntillas, un pie delante del otro. Los gritos del público invisible fueron desvaneciéndose. Dejé caer el paraguas y me sequé la palma de la mano en la pernera del pantalón y alcé los brazos en cruz. Al fin se hizo silencio.
(La fotografía es de Tyler Gore)
Los aplausos son algo muy raro.
ReplyDeleteJaja. Desde luego. Las personas tenemos costumbre muy extrañas. Me pregunto que pensarán los pingüinos de nosotros.
ReplyDeleteLos pingüinos no piensan. Como algunos de nosotros... ¡je!
ReplyDeleteEntonces somos pingüinos.
ReplyDeleteY pingüinas
ReplyDeletePero los pingüinos aplauden.
ReplyDeletePero no saben por qué aplauden ¿no?
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