Si he de guardar una imagen de Juanjo Aquerreta y Antonio López, escojo aquella en la que se tumbaron juntos a echar la siesta sobre la tarima del estudio. Quizás, algún día olvide los consejos que me dieron pero nunca la sencillez y profunda humanidad de ambos: la delicada magia que tirita en sus cuadros.
Ver a un pintor de la talla de Antonio López tumbado sobre la tarima del estudio echando la siesta debe ser surrealista.
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