Silencio
Desayunamos en Lumbier, en la cocina de casa de Iruña, los tres: ella, Naroa y yo. La ventana está abierta, y vemos el paisaje limpio del campo: ocres dorados, verdes tostados, tierras rojizos y el cielo claro, azulisimo.
Sueño esto todos los días, con ver un pedazo de cielo. Mira, qué profundidad. Lo que alcanza la vista. Aire.
Naroa está preciosa mientras come ese pastel dietético que hace con avena, arroz y porquerías. Tiene la piel clara, las mejillas sonrosadas y le brilla el azul índigo de las pupilas.
No soporto el ruido de Bilbao, es horroroso. Tanto ruido. El otro día ya no pude más y recorrí el casco viejo, buscando iglesias abiertas, alguna iglesia. Se me ocurrió, yo qué sé, que sólo en una iglesia podría encontrar algo de silencio... un poco de paz. Algunas estaban cerradas, en otras, se colaba el ruido de la calle. Al final entré en la catedral. Había, de fondo, música de órgano. Le pedí a una mujer que la quitase, por favor. La música de órgano. Y cuando cesó aquella música, se detuvo al fin el mundo.
2 Comments:
prefiero un paseo sólo de noche con una cerveza por venecia, perdiendome...
Es otra posibilidad, sí.
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