Airam es Maria al reves

Entre vaso y vaso y con vaso de Lambrusco, salíamos a dar unas caladas a la calle. Un lujo que podíamos permitirnos dado el ambiente familiar de la inauguración. Nos conocíamos casi todos y las conversaciones en la entrada del Civivox fluían animadas.

Me aburren mucho las personas que hablan sólo de trabajo y, cuando me encuentro ante una, tiendo a buscar palíndromos -el ejercicio ayuda a intercalar caras de interés y asombro sin necesidad de atender en absoluto-. Pensé que Airam sería una de ellas y más siendo su medio de vida la música, un terreno tan fértil para el ego. Sin embargo, aquel prejuicio se desvaneció ya sólo con su imagen desenfadada: gorra ladeada, trenzas hasta los hombros, varios piercings, sudadera negra con capucha, vaqueros bombachos hasta las rodillas y deportivas color hueso. Tenía pinta de niña traviesa. O de dibujo animado.

Coincidimos en una escapada al porche y, sin darnos cuenta, estábamos hablando como quienes recuperan una conversación pendiente desde hace tiempo. A más de un metro de distancia, sus facciones parecían talladas con cincel pero, a medida que se acercaba, iban componiendo un conjunto suave, dulce y cálido. Tenía los ojos enormes, almendrados y, según les daba la luz, se volvían tiernos o soñadores.
Le pregunté algunas curiosidades inofensivas -derivadas, la mayoría, de una ignorancia absoluta- y ella respondía a todas bonito: con sencillez y un sentido del humor capaz de frenar cualquier guerra. Me contó que, para financiar su carrera, había compuesto canciones para Malú, Chenoa, María Isabel y Las Supremas de Móstoles; que también trabajaba de corista para otros músicos. La música es muy cara. Este invierno ha sido tranquilo, sin demasiados bolos, pero en septiembre grabaremos un nuevo disco. Hubiera querido hacerlo en junio, pero me falló el baterista. Yo cogí una bronquitis.

Me quedé callado, ella musitó:

Son importantes las rutinas.

Empezó a refrescar y, después de encender otro cigarrillo, nos apoyamos con los antebrazos en la barandilla, dándole la espalda a la entrada del Civivox. Mirábamos a contraluz, sin prestar demasiada atención, a un grupo de niños que correteaban por la plaza gritando nombres.

Airam mantenía una leve sonrisa mientras hablaba:

Vivo entre Madrid y Pamplona. Me centro más allí, es cierto… tengo el estudio de grabación, al colega con el que compongo… pero necesito volver de vez en cuando… y cuando vengo me quedo un tiempo… aquí tengo mi mundo… a mis padres. Me gusta Pamplona… se pueden hacer cosas… me apunto al gimnasio… me río mucho con las señoras mayores, me dan mil vueltas: son fuertes, han tenido hijos, los han sacado adelante… son fuertes. Madrid está bien, pero puedo pasarme días encerrada en casa…

Sus ojos reflejaban un haz de ternura. El sol se había puesto hacía ya rato.