Maletas vacias
Se desvelaba con el estruendo desgarrado del primer convoy, a las cinco y veinte de la mañana. Cuando el casero le enseñó la casa, hilvanó en su imaginación fragmentos de romanticismo literario: relatos de viajes imposibles, historias de tránsfugas abrazados a maletas vacías, héroes novelescos que recuperaban el discurso de sus vidas en lugares inhóspitos. Porque en las estaciones, pensó, ocurrían cosas, sucedían lo que él llamaba momentos cruciales. Sin embargo, aquella literatura se había transformado en un apeadero de cercanías para los eslabones de la industria pesada de la ciudad, trabajadores mecidos por el ritmo narcótico de la rutina. Desde la ventana de su habitación veía pasar el tren de vuelta, azul, puntual, siempre vacío, treinta veces al día.
3 Comments:
Ays, se me ha hecho demasiado corto...
Iba a ser más largo, Marta. De hecho lo era. Pero sobraba casi todo.
Besote.
Pues yo lo quiero leer entero porque no me lo creo. Lo de que sobraba casi todo. No, no, no.
Más besotes.
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