La boca de cambios
Salgo de la cafetería. El barman ha vuelto a escrutarme con ojos de arenque cuando le he pedido que, por favor, pulse el mando que activa la máquina de tabaco. Ha dicho espera y he esperado -él a lo suyo, abrillantando una copa- hasta que una camarera misericordiosa me ha visto encorvado, insertando monedas compulsivamente en la ranura que acto seguido escupía la boca de cambios.
Abro el paquete y saco un cigarro; guardo en el bolso la cajetilla, los céntimos y también el papel dorado y el envoltorio de plástico y cojo el mechero, que no funciona. Lo miro, leo: La piedra es amor. La plaza parece un cuadro de Hooper y está desierta salvo por una niña que anda en bicicleta y su padre, que es joven y lleva una camiseta de tirantes verde militar y bermudas y el casco de su hija en la mano. Ella es rubia todavía y sólo la veo de espaldas y la bicicleta rosa con una cesta blanca. Él dice, estoy mas contento y ella, ¿por qué, papá? y él, porque ya sabes andar muy bien.
(La imagen la saqué de aquí)
3 Comments:
Esos pequeños logros son los que hacen feliz a un padre.
Qué gran relato.
:)
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