El estanque
Mevoyacaermevoyacaermevoyacaer. Miraba así yo el estanque que me aterraba, con la punta de los zapatos en el borde de hormigón, la barbilla pegada a la garganta y acariciándome los pulgares con las yemas de los dedos. Me aterraba y sin embargo no quería moverme de allí, atrapado por los destellos hipnóticos meciéndose en el agua ponzoñosa que, con el calor, rezumaba un intenso olor a melaza. Entre mis rodillas lastimadas, alguna ramita, hojas de plátano; efímeras, caballitos del diablo, zapateros; y un poco mas allá, bolsas de plástico, cartones de vino y latas de cerveza. Mevoyacaermevoyacaermevoyacaermevoyacaer.
No recuerdo cómo perdí el equilibrio, ni nada más. Sólo el instante de rara felicidad bajo el cielo agitado, las burbujas, el silencio y luego aquel manto de luz blanca.
2 Comments:
Esos zapateros tienen magia.
Sí, sí. Son raros, pero simpáticos...
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