El Palacio de la luna
Bajan las temperaturas -muchas, muchas temperaturas- y me imagino un pelotón de bolitas de mercurio descendiendo verticalmente la varilla de cristal, ateridas de frío, frotándose con fruición las unas contra las otras. Bajan las temperaturas y quizá baje así yo también, algo al menos, el consumo de tabaco. En el estudio no fumo, salgo a los soportales de la plaza y, mientras se deshace el cigarro entre los dedos, doy un breve paseo de presidiario o, sencillamente, me quedo clavado en el suelo, con la espalda apoyada en la jamba mirando a ver quien pasa. O si no, me asomo a la terraza, inmersa en un horrendo patio interior blanquísimo en el que ocurren ese tipo de cosas que no aparecen en los libros de Arte, sino en las páginas de sucesos de los periódicos. Lo que quiero decir es que con el frío uno se lo piensa dos veces antes de encenderse un cigarro a la intemperie.
Ayer en un alarde de confianza definitiva, Marilia, la chica que limpia los portales, me dijo lo que todas antes o después: mucho fumas, Javierito. Mientras la oía alejarse con el traqueteo de su carrito y, como siempre, sin venir mucho a cuento, me asaltó el recuerdo alegre de Peter. Lo que quiero decir es que no hace falta tal o cual cosa, nada en concreto, para recordar a Peter, pues Peter es permanencia, igual que el bien, la verdad o la belleza son permanencia. No sé si me explico pero, creedme, tiene sentido.
Nunca he controlado el destino de mi obra. Hoy apenas sé donde para una mínima parte de los lienzos o tablas que he pintado. He regalado o vendido la mayoría, muchos los repinté varias veces, incluso hasta destrozarlos; abandoné un buen número allá donde los había pintado, hay otros de los que ni siquiera me acuerdo y algunos los tiré, directamente, en el contenedor más cercano. En un momento, además, decidí no firmar ningún cuadro hasta estar satisfecho del resultado, así que pulula por ahí un montón de cochambre sin rúbrica, o etiquetada con seudónimos: objetos huérfanos a la deriva.
Hace diez años pinté un autorretrato extrañísimo que titulé El Palacio de la luna inspirado en un fragmento memorable de la novela de Paul Auster. El libro me lo prestó mi amigo Eduardo y el cuadro cuelga en la pared de su despacho.
Bien. Hoy no explicaré nada más.
(La fotografía del cuadro -El palacio de la luna- es de Pablo Orduna)
4 Comments:
Peter está. Lo has explicado como es. Y tiene sentido. Todo el sentido.
[y... ¿la pared del mío?]
Yo sé dónde están muchos de tus cuadros y te aseguro que iluminan muchas paredes. La palabra clave es jamba.
Cuando un artista empieza a desconocer el destino de su obra, es porque se está volviendo famoso.
Orhiko txoria, Orhira tira.
(el pájaro del Orhi, siempre vuelve al Orhi)
Refrán de Aezkoa ofrecido por Pablo Orduna
jejejej
La cosa va en camino javi
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