Notas imberbes
1
Permanezco el tiempo suficiente frente a la máquina de tabaco como para escuchar a uno de los obreros que está sentado a mi mi espalda, en los años 50, Mao Tse Tung impulsó una revolución cultural en China. Cuando me giro, sigue hablando, pero ya no atiendo a lo que dice, sino a las caras de sus compañeros, que asienten hipnotizados, apurando los claretes y carajillos. La imagen se torna cinematográfica cuando un haz de luz salpica la frente del orador. Me gustaría ver cómo acaba la escena, pero la línea de luz se desplaza unos centímetros y la realidad se vuelve prosaica.
2
Una madrugada desperté de golpe sacudido por mi padre, que volvía de trabajar antes de tiempo. Tenía los ojos inyectados en sangre y el aliento le olía a aguardiente. Le miré aterrorizado y el palpó con los dedos la bombilla desnuda que colgaba de un cable. --Está caliente. Me clavó los ojos y lanzó la bombilla con rabia contra la pared. Estalló en mil pedazos de cristal que me cayeron en la cara pero no me atreví a apartarlos.
(Ruiz Zafón)
Fernando Savater y Ángela Vallvey. Ganador y finalista del Premio Planeta 2008. Muy bien (ya nada me escandalizan las muchas formas de un despilfarro que luego -claro- resulta inversión). Presentando mis respetos y sin ánimo de ofender, no los leería ni remojado en absenta. Un ejemplo cualquiera, ellos, entre miles.
Explico. Cuando alguien, un amigo, yo qué sé, quien sea, trata de endosarme una lectura, leeteleetelasombradelvientofresco, me hago el sueco: como el jurado de los Nobel me hago el sueco. No menosprecio el gusto de nadie, pero es que tampoco leería un libro recomendado por mi. Tuve suerte de encontrarme en la Facultad de Comunicación con un grupo aventajado de exploradores literarios. Sólo me fío de ellos, de hecho, sus dominios son tan amplios que ni reencarnándome varias veces podría disfrutar una mínima parte de todo lo que han leido.
Pienso estas cosas, sobretodo, cuando entro en una biblioteca o librería y veo la cantidad de cadáveres de árboles inocentes apilados en mesas o incrustados en las estanterías. También cuando calculo con desesperación el tiempo que me ha llevado un libro prescindible. La vida es demasiado corta como para leer cualquier panfleto, habiendo -además- tanto, tantísimo bueno.
Como dice Gonzalo, lo peor no es el tiempo invertido. Es el tiempo que esa mierda permanece en tu cabeza. Y lo dice con los ojos inyectados en sangre. Por qué no.
5 Comments:
Me sucede algo parecido. Si en algún momento la debilidad de apodera de mí, siempre me acuerdo del consejo de mi abuela: nunca lees un libro en el que el nombre del autor aparece más grande que el título.
Suele funcionar. Bueno, igual me pasaré la vida sin poder leer a Boris Izaguirre, pero nadie es perfecto. Ni siquiera yo.
Buena táctica!
Yo creo que nunca leería un libro escrito por mí, si acaso llegara a existir.
Entonces, Ana, eres como Groucho Marx.
Hay todo un istema cruzado de pistas para apartar los malos:
-Sellos editoriales.
-Nombres malditos que te hicieron perder el tiempo.
-Amigos de los nombres malditos que te harán perder el tiempo.
-Promociones vacías en los medios de comunicación.
-Corrientes literarias agotadas.
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