Historia de un cumpleaños en Deusto
En tercero de carrera, dejé las comodidades y amigos del Colegio Mayor para mudarme a Deusto con Jontxu y Silvia. En un primer vistazo, el piso tenía buena pinta, a pesar de los gatos rollizos, uno de ellos tuerto, que paseaban a su libre albedrío por las estancias de la casa y a pesar, también, del tren fantasma que hacía retumbar paredes y suelo cada veinte minutos. En cuanto a la casera, poco voy a decir, su aliento dejaba un pestiño a destilería y tenía un aire a Lina Morgan venida a menos. Decidimos alquilarlo en diez minutos, sentados en un banco al sol, en la plaza de San Pedro.
Las dos primeras semanas fueron inolvidables: lo pasábamos bien y atendíamos a nuestras obligaciones. Pero, a medida que los días iban encogiéndose y el otoño invadía las calles, fui perdiendo el control de las cosas: una exposición en abril, mucho trabajo, la carrera a media asta, dificultades económicas, desamor. Para finales de noviembre la casa me había devorado, y yo la recorría, desde la entrada a la cocina, dando pasitos cortos.
Llegó el 1 de diciembre, mi cumpleaños, y ya estaba yo al borde de un acantilado del que no saldría en tres meses. Nada a que aferrarme. Hasta los primeros mensajes de medianoche me ponían melancólico.
Me levanté tarde, con la voz de mis padres al otro lado: te hemos llamado a las siete y media, pensábamos que solías madrugar. No hubo más llamadas por la mañana. Silvia había dejado una nota en la cocina: un dolor de muelas le había impedido dormir un sólo minuto y había decidido irse a Santander, en busca de un dentista que le volase, si fuera necesario, los dientes con dinamita. Pasé la mañana en compañía de Jontxu y cuando fuimos a la compra para hacer una comida especial, el cajero me dijo: la cantidad que solicita es superior a su saldo actual. Jontxu tampoco estaba montado en el dólar, pero invirtió sus últimos euros en pechugas de pollo y queso roquefort. Nunca olvidaré aquella comida, el cariño que puso cocinando, a pesar de su inquebrantable tono borde: no es ternera, pero estará bueno, Javitxu.
Pedí dinero a Papá, pero el ingreso no se haría efectivo hasta el día siguiente y la nevera estaba en los hierros. El caso es que días antes había invitado a mis chicas a merendar. Afortunadamente, no había recibido noticias de ninguna, así que me abandoné a la idea de que se habían olvidado de mi. El alivio, sin embargo, se diluyó en una soledad inmensa.
Tengo el recuerdo de haber vagado por las calles grises de Deusto, deseando coger un autobús que no podía pagar y huir así, con lo puesto, a Pamplona. Para ya nunca volver.
Fue a partir de las seis cuando comenzaron las primeras llamadas. Todas se acordaban, ¿qué creías?, e iban a pasarse, dijeron, por casa. Le conté a Paloma la situación: Javi, sólo tengo 12 euros, a ver qué puedo hacer.
Y a las ocho fueron llegando: Leyre, Jessy y Tania trajeron una tarta enorme y bombones; Paloma y Ana exprimieron los 12 euros y acabaron sobrando vino, cervezas y toda clase de aperitivos matutano. Vinieron, al final, catorce amigas -contando con Jontxu-. Lo pasamos bien. Sacamos fotos. Reimos.
Aquella fue la mejor fiesta de cumpleaños de mi vida. El cuarto de estar quedó habitado por todo lo visible e invisible que hay en la amistad. Y yo estaba ahí en medio, sintiéndome -por última vez en mucho tiempo- la persona más afortunada del mundo.
En imagen: Mi Jessy y yo. La foto no es de aquel día, pero podía haberlo sido.
7 Comments:
Lo que no te imaginabas era que luego, mucho tiempo después, fuesen a aparecer extraños como yo, que dan con tu blog de casualidad y se presentan en tu fiesta para rebañar matutanos. Menuda sorpresa, ¿eh? Pues nada, felicidades extrañas para ti. Aunque sea con retraso.
aquella comida fue lo último que comimos caliente en tres meses. el pollo con salsa roquefort mas recordado de la historia.
menos mal que aún teniamos el white horse de la casera.
Gracias, rfa, te había leído en otros blogs. Gracias por el comentario.
El White horse nos salvó muchas, muchas noches.
Me supo a gloria aquel pollo.
Joer, un gato tuerto, qué mal rollo.
Debió ser una buena fiesta, al menos bien contada!
Oye, J (punto) tienes cara de cantante de Stone Roses.
Stone Roses. Busco. Miro. No sé si eso es bueno o malo. O ni bueno ni malo, jajaja.
Y la foto que te enseñé ayer, es de este día.
cada vez que lo leo, me emociono ;)
Post a Comment
Subscribe to Post Comments [Atom]
<< Home