La Belleza que salva

Echo un vistazo detenido a la carpeta Catequesis, también anclada en el viejo Ibook. Ahí guardo los textos y la documentación con que preparé -los últimos meses- al grupo de la Parroquia de La Paz. Han pasado muchos años y, quizá por eso, me asusta más leer tantas cosas que, todavía, considero razonables, incluso más razonables de lo que parecían entonces (también, porque la mayoría de las cosas que escribía no lo eran en absoluto).
Recuerdo que dedicaba muchas horas, días, a preparar las catequesis: jamás me he tomado nada tan en serio porque jamás he hecho nada más serio.
De vez en cuando, me encuentro por Pamplona con alguna de las chicas, les pregunto por las demás: está en Canadá haciendo un máster, vive en Béligica, ha ido tres meses a Kenia, yo trabajo en Madrid. Y siento vértigo -la vida no se detiene- y mucha alegría -que no se detenga nunca-.

Pero decía que he echado un vistazo a la carpeta, y me ha sorprendido encontrar una catequesis dedicada al tema de La Belleza, a pocas semanas de La Confirmación. Me ha parecido sugerente, porque belleza es una de esas palabras que aparecen con demasiada frecuencia, quizá, porque la relacionamos casi siempre con la hermosura física. También –claro- porque soy artista y, como tal, trabajo con ella. Sin embargo, recuerdo -otra vez- las palabras de Karol Wojtyla en la carta a los artistas: No todos están llamados a ser artistas en el sentido específico de la palabra. Sin embargo, según la expresión del Génesis, a cada hombre se le confía la tarea de ser artífice de la propia vida; en cierto modo, debe hacer de ella una obra de arte, una obra maestra.

Y sigo:

La catequesis empezaba con cuatro fragmentos breves de El Principito:

-Lo esencial es invisible a los ojos

-Las estrellas son bellas por una flor que no se ve

-Sólo los niños saben lo que buscan

-Como sus labios entreabiertos esbozaran una media sonrisa, me dije aún: ‘Lo que me emociona tanto en este principito dormido es su fidelidad por una flor, es la imagen de una rosa que resplandece en él como la llama de una lámpara, aún cuando duerme…’. Y lo sentí más frágil todavía. Es necesario proteger a las lámparas; un golpe de viento puede apagarlas…


Después de un par de letras de canciones, había transcrito un diálogo de la película American Beauty, el que aparece en el vídeo:

Era uno de esos días en los que está a punto de llover y el aire está cargado de electricidad, casi puedes oírla ¿verdad?
Y esa bolsa estaba bailando conmigo como un niño pidiéndome jugar. Durante 15 minutos. Es el día en que descubrí que existe vida bajo las cosas y una fuerza increíblemente benévola que me hacía comprender que no hay razón para tener miedo, jamás. El vídeo es sólo una triste excusa pero me ayuda a recordar. Necesito recordarlo. A veces hay tantísima belleza en el mundo que siento que no lo aguanto y que mi corazón se está derrumbando.

Cuesta estar enfadado, cuando hay tanta belleza en el mundo. A veces siento como si la contemplase toda a la vez y me abruma.

Mi corazón se hincha como un globo que está a punto de estallar.
Pero recuerdo que debo relajarme y no aferrarme tanto a ella y entonces fluye a través de mi como la lluvia y no siento otra cosa que gratitud por cada instante de mi estúpida e insignificante vida. No tienen ni idea de lo que hablo, seguro, pero no se preocupen, algún día la tendrán.

En todo caso, lo que más me ha sorprendido, entre otras muchas, es la definición de Platón: La belleza es el esplendor de la verdad.
No es de extrañar que una mente poética como la de Juan Pablo II la tomase cómo título de una de sus encíclicas, Veritatis Splendor: El esplendor de la verdad brilla en todas las obras del Creador, en especial en el ser humano, hecho a su imagen y semejanza.

Dostoievski intuyó algo en el Idiota: La belleza salvará el mundo.

Quizá tenga razón.