El disfraz
Hace poco le pedí que me devolviese, por favor, el sentido del ridículo. Pero me respondió que él es periodista, no psicólogo –ni mucho menos- y, por tanto, de eso no podía restaurarme un ápice. Zanjó el asunto argumentando que, al fin y al cabo, el sólo me hizo un favor absolutamente, y cómo no, desinteresado.
La historia se remonta a la nochevieja del año 96, si mal no me olvido. En Pamplona, después de las uvas, la tradición local pide disfraz.
Decía que, aquella noche me decidí a salir a última hora y no tenía preparado ningún disfraz. Quería evitar a toda costa ir de lo de siempre en estos casos desesperados: "maruja con rulos" o "mujer anónima venida a menos". Total, que a mi hermano se le ocurrió, a la segunda de champaña, lo del disfraz de Miguel Induráin. Y yo le dejé hacer. El concepto que manejó para la confección del traje fue la incógnita sobre el futuro del ciclista. Va a quedar cojonudo, ya verás como te sacan en el periódico, dijo.
Para ello rebuscó en cajas y armarios. Encontró:
- Gorra, guantes y culote de Banesto (piedra angular del disfraz)
- Gafas de sol "estilo Lennon" de baratillo.
- Camiseta interior nórdica de manga larga capaz de asfixiar en el crudo invierno siberiano.
- Medias negras de mamá.
- Deportivas blancas Reebok.
- Cajita de ceras Manley.
- Lápiz de ojos.
- Cupones de la once.
- Imperdible.
- Bastón de plástico.
- Su vieja bomber, para que no pasar frío.
Dejé carta blanca a mi hermano; me vistió como a un torero en el hotel. Salimos del cuarto de baño después de la sesión de maquillaje.
El novio de mi prima abrió la veda en el comedor: "curioso disfraz de Jockey"; mi tía: "eres clavado a Nacho Duato"; otro hermano: “si le metes un par de calcetines más en el paquete, de cintura para abajo tendría un aire a Mick Jaegger”; Mi padre: “pareces la sota de bastos, hijo”. Mi madre: “Javi, puedes quedarte en casa, si quieres”.
Salí a la calle. La gente me miraba con desconfianza, como analizando un imposible. Se oían apuestas, murmullos de desconcierto, grititos de espanto.
En el Casco Viejo siguieron los acertijos durante toda la noche: “¿Teniente O’Neall?, ¿Polifemo?, ¿Rasputín?, ¿gilipollas?, ¿aviador?, ¿Cocinero?, ¿Don Sebastón?, ¿sátiro?, ¿skin invertido?”
Larga madrugada.
Volví a casa a las siete de la mañana, derrotado. Al menos, el final estaba cerca. Todavía no había amanecido y una niebla espesa cubría la ciudad. Por la estrecha carretera de Mutilva alcancé a una comitiva de vikingos con su canoa; me uní a ellos.
J.: Hola, vikingos.
Portavoz vikingo: ¡Feliz año, ehhm… Espinete!
4 Comments:
Nunca fiarte de tu hermano en esto del atrezzo.
¿y si hubieras ocnseguido un efecto Induráin perfecto? No lo recordarías y la noche habría sido muchisimo menos divertida. En general la gente perfecta, guapa y estupenda se lo pasa peor. ¿O solo es el consuelo de los imperfectos, feos y del montón?
Insisto en que ese disfraz era genial. ¿Qué otro disfraz te hubiera salido tan barato y hubiera llamado tanto la atención? Fíjate cuántos disfraces en uno. No te lo dije en su momento, pero ibas de Mortadelo.
El disfraz era demasiado genial, vanguardista y conceptual. La gente no estaba preparada.
Yo tampoco.
Y lo pasé muy bien, Bea. Pero tuve que perder antes la conciencia de mi mismo.
Tomo por bueno el consejo de Peter.
Lo que nadie puede imaginar es cuanto nos reimos Allendegui y yo mientras me disfrazaba, a lágrima viva. Y todavía hoy nos partimos. De eso y otras tantas aventuras y desventuras por el estilo.
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