O algo. Ese algo
No siempre he sido carnaza de letras, no. De niño quería ser biólogo, o algo. Ese algo, más o menos imposible, variaba cada cierto tiempo.
Entre otras me imaginé químico y, papá y mamá, muy contentos, me regalaron la Quimicefa. En la caja dormitaban tubos de ensayo, probetas, más de media tabla periódica y otros componentes que ya casi no recuerdo.
No usamos el juego más de tres o cuatro veces. Venía con instrucciones aburridas –salpicadas de prohibiciones- y recetas. Para qué recetas si yo quería crear.
Al final, sólo abría la caja a hurtadillas para pegar lingotazos al tubo de Naranja de Metilo.
Naranja de Metilo.
Qué nombre más rico.
5 Comments:
A mí me gustaba más la fenoftaleína y el ácido tartárico. El mejor experimento que hicimos fue aquel que olía a huevos podridos. ¡Qué éxito de la ciencia!
Había algo que se convertía en azul, hasta que la mugre terminaba sobresaliendo de los tubos de ensayo. Aunque lo mejor era prenderle fuego a las cosas con el mechero aquel de alcohol.
Por cierto, J. ¿no has caído en la misteriosa relación entre las valencias químicas y las naranjas, que, por cierto, siguen mirándote?
Yo también fui un niño Quimicefa (las siguientes quintas ya eran de Cheminova). Como dice Allendegui, el objetivo fundamental de todo niño quimicefa era conseguir la bomba fétida, aquella peste a huevos podridos. Una vez conseguido el elixir mágico, una vez rociados con él los enclaves del enemigo, venía el declive de Quimicefa hasta el abandono definitivo.
Sí, sí, y si eras un poco más arriesgado, podías usar ese elixir como base para un daiquiri. Yo siempre pensé que la Cheminova era la pareja de dobles de la Navratilova.
...mucho mucho mucho mucho...
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