Pesa Chile

...Pero me pongo a escribir. Porque es su cumpleaños.

Son las siete y media, muy temprano para un sábado. El gorjeo de algún ave nocturna me ha desvelado al amanecer. Miro a través de la claraboya, el cielo parece azul, pero se que no debo hacer demasiado caso a las apariencias. En cualquier momento puede romper una tormenta de nieve.

Pienso que dentro de dos meses ella estará a miles de kilómetros y, además, muy contenta. Descubro que kilómetro es la unidad que pesa la distancia, las distancias pesan, me repito.

Me alegro, digo. Porque estará muy contenta.

Pero no es así del todo. Si no importase, sí, me alegraría. Diría, me alegro y pensaría, me alegro. Y, al pensar que pienso así, veo mi pequeña parcela egoísta, con casa de madera, porche y un perro que ladra.

Aunque puede que no sea eso, igual no es egoísmo. Un poco sí, claro, pero no del todo. Quizá sea pena también. La pena pesa como la distancia.


Te acostumbras a alguien. Está y te acostumbras. Te acostumbras a sus coletas, a que tape la pantalla del ordenador cada vez que te acercas. Te acostumbras a cosas pequeñas. Te acostumbras a verla de diferentes maneras.Te acostumbras a la manera en que dice tu nombre. Te acostumbras a llamarla por su nombre y a que se de la vuelta y sonría.

Por eso pesa la distancia y no me alegro del todo.

Su ausencia volverá todo extraño.

¿Qué hace falta para que una persona sea especial? Que exista. Que sepas mirarla. Que existas. Que sepa mirarte.

Verla me hace cosquillas.

No sé si me explico. Es de esas personas.

Me alegro pero no me alegro.

Quiero decir: Chile está lejos.

Por eso pesa Chile.

Y la pena.




P.D: Tal vez, como El Principito, yo aproveche una bandada de pájaros silvestres para cruzar el océano.