No soy un animal... soy un ser humano... soy un hombre
Nuestro ciclo de cine veraniego sigue su curso bajo los dictados de un funcionario, tan de David Lynch, que no mostró ningún reparo en adquirir la obra completa para la Biblioteca Municipal del Valle de Aranguren.
El hombre elefante (1980) conjuga todas las virtudes cinematográficas, humanas y narrativas de David Lynch. El director aparca obsesiones, excesos y la paranoia que rezuma la mayor parte de su filmografía para narrar con suma delicadeza la historia de John Merrick.
Conmovedora, sin caer en el sentimentalismo o la pedantería; el patetismo se reparte sólo entre los personajes perversos, porque la maldad es la gran deformidad, o mutilación, del ser humano; también hay momentos para la duda y los conflictos morales - el bien y el mal, desde dentro, se ven difusos-. Son varias las escenas con diálogos memorables por su ternura y poderosa belleza, como aquella en que Merrick recibe la visita de una famosa actriz de teatro e interpretan el papel de Romeo y julieta (el guión, en esta ocasión no es de Lynch, sino de Eric Bergren y Christopher De Vore). El, a priori, complejo protagonista de la historia, John Merrick, es creible por su sencillez, gracias amigo mío; frágil, vulnerable, físicamente contrahecho pero su pureza desborda los límites de la carne. Inolvidable.
Lynch cuenta, una vez más, con un magnífico reparto (John Hurt, Anthony Hopkins, Anne Bancroft, John Gielgud) y una excepcional banda sonora (la penúltima secuencia la acompaña el Adagio for Strings, de Samuel Barber: todo se ha acabado).
Para repetir.
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