Lapiz
Me levanté del pupitre -entonces yo todavía lo llamaba cupicre- para pedir lápiz. Me acerqué a mi mejor amigo. Él estaba dibujando con uno en cuarto menguante y mordisqueado que parecía una mazorca de maíz raída. Lo miré con escrúpulo.
¿Me puedes dejar un lápiz?
Me observó en contrapicado desde su silla. Dejó aquello que tenía entre los dedos a un lado. Se acarició la barbilla con la mano:
Claro. Claro.
Metió la zarpa gordezuela en su estuche de tela con cremallera, mostoso y pintarrajeado. Sacó un lápiz con punta y aspecto bastante saludable, apenas la pintura un poco descascarillada. Nada en comparación con el otro. Me lo tendió.
Ten, toma.
Gracias.
Ya me iba.
Espera, dijo, un momento. Espera. Trae aquí.
Le devolví el lápiz. Cogió el otro que había dejado sobre el pupitre. Los colocó juntos, apoyando las conteras sin goma en la superficie. Reposó también la barbilla. Estiró los brazos. Guiñó un ojo. Permaneció inmóvil y encorvado unos segundos. Comparó. Me ofreció la mazorca de maíz. Lo cogí con las yemas de los dedos y una pequeña arcada. Me miró con satisfacción:
A los amigos siempre hay que darles lo mejor.
Asentí. Gracias.
Regresé a mi puesto, dos filas a la derecha. Con aquello en la mano.
4 Comments:
Apuesto a que ese lápiz acabó en tu neceser...
Lápices en cuarto menguante. Qué descubrimiento. A los amigos, lo mejor. Sin lugar a dudas.
te noté raro en el De Boca. andas dando vueltas ala cabeza x algo? si deseas charlar dime pinta a pinta
¡El troncolápiz!
Sencillo y contundente. Da gusto.
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