Pero... tu sabes
Después de la tormenta apenas queda una brecha azul en el cielo: caen las últimas gotas, verticales, todavía gruesas. A nadie parece importarle demasiado. Llego tarde.
Pero... tú sabes que te quiero, te deseo. Te adoro...
Me giro. La voz pausada y suplicante pertenece a un hombre maduro. Es alto, sujeta el paraguas que la protege; ella fuma un Philip Morris. Rondan los setenta.
Este sitio parece que está bien, murmura él señalando la cafetería que hace esquina.
Me detengo en el semáforo a pesar de que está en verde. Ahora les veo de espaldas; él observa algo a través de la cristalera del café y ella se aleja varios metros arrastrando un poco los zapatos. Lo primero que pienso es que, seguramente, se acaban de conocer por medio de un anuncio en el periódico. Me entristece eso, pensar así, y miro si alguien espera junto a la marquesina del autobús. Nadie. Agacho la cabeza y descubro una mancha de tinta en el pantalón y le paso la palma de la mano por encima, como si eso pudiese borrarla.
3 Comments:
Por fin ya estoy al día...
Esas manchas indelebles...
Vaya eresfea, has leído la historia con el final hecho un cirio. Ahora ya. De momento.
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