Al aire
La conciencia, estricta en demasía, no cedía nunca ante el asedio del mal. Yo sí. Faltaba con mesura y sin pretenderlo pero a sabiendas, en la medida de mis posibilidades, pocas a decir verdad. Los pecados, de hecho, eran gazmoños y, aún así, la culpa absorbía todo.
Sin embargo, no era el pecado lo que me preocupaba cuando acudía a la llamada del sacerdote.
Durante primero de BUP, la escena se repetía invariablemente cada dos meses. Don Ignacio me daba una palmadita en la espalda y entrábamos en su despacho:
Javierrrrrrrrrrrrr.
Me sentaba en una butaca y él, en otra, metro y medio frente a mi. Levantaba la sotana con el indice a la altura del tobillo y lanzaba la pierna con fuerza, propinando un puntapié al aire, y le sonaba la taba de la rodilla como si fuese el cargador de un winchester.
- Qué tal las notas.
- Bueno.
- A ver, cuántos sobresalientes.
- Hmmm. Ninguno.
- Ahhh. Entonces has sacado todo notables.
- No. No. Uno. En Religión.
- ¿Bienes?
- Pues... dos. Dos.
- El resto aprobados...
- En realidad... uno. Un aprobado.
- Entonces...
- ...
- ... cinco suspensos...
- Psí.
Omitía que tres de los suspensos eran muy deficientes. Debía tener yo cara de buen estudiante, o, que lo fuera, aquello que se esperaba de mi. No sé. El caso es que aquel descenso alpino, del sobresaliente debido a la orgía de suspensos, resultaba humillante. Así que en una ocasión decidí mentirle al cura. Le dije que había suspendido dos. Muy bien, muy bien, se alegró, vas mejorando Javierrrrrr.
Estábamos cenando en casa, un par de días después, cuando Juan Andrés, sin apenas levantar los ojos del plato, espetó:
- Me encontré con Don Ignacio, Javi. Creía que habías suspendido dos. No sé por qué. Ya le dije que no.
- Coño.
Al día siguiente busqué a Don Ignacio. Me topé con él en un pasillo. No le saludé:
Don Ignacio, me confundí. O escuchó mal. Que no fueron dos, sino cuatro.
Diría que la mueca fue de estupor.
Creo que no volví a su despacho.
7 Comments:
La EGB la hice en un colegio de monjas, y cada "x" tiempo venía un cura [al que llamábamos padre] a confesarnos. Lo pasaba fatal, porque yo estaba convencida [y lo sigo estando], que a esa edad no tenía pecados y que él no era quién para opinar acerca de mi bien y mi mal.
Recuerdos...
Javierrrrrrr, glorioso.
JAVIER, NO RECUERDO A DON IGNACIO... A MI NO ME LLAMÓ
MEJOR....
LO DICHO EN CAJA ESPAÑA
Mis recuerdos con las llamadas al despacho de los "Hermanos" no son nada gloriosos, ni recordables.
Y eso que afortunadamente yo sacaba buenas notas.
Pero es que los Maristas del Colegio Chamberí, especialmente el Hermano Marino, eran para echarles de comer aparte.
Mejor omito los detalles.
Pero me gusta como lo cuentas tú.
Jajaja qué facilidad tienen los curas para inmiscuirse en la vida de los demás y encima sentirse mal uno por ello...
J. genial el post. Me han saltado las lágrimas de la risa.
pajajajajajajajajajajajajajajajajajaj este si que es bueno
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