La farmacia
A la altura del frontón, la luz en la farmacia evoca el Phillies de Hooper y este aspecto mío, el de un halcón de la noche. Saludo con la cabeza a las farmacéuticas, Begoña y Nerea; espero mi turno. Papillas el papá. Crema o algo la mujer, mamá de la niña encaramada en el mostrador que reclama caramelos en silencio.
Nerea: Toma, repártelas con tus hermanos.
Piruletas. Niña feliz se descuelga.
Begoña atiende mientras a una señora mayor. El ritmo es otro. Se involucra, habla en primera persona del plural: esperaremos a la primavera, y entonces haremos esto y esto. Y añade una nota popular que quiere ser reconfortante, no hay mal que por bien no venga.
La señora suspira aliviada.
Me llega la hora, sonríe Nerea con timidez. Todo en pocos segundos. Cuando voy a salir, escucho a mi espalda a Begoña: Hasta luego. Me giro, también sonríe. Hasta luego.
Siento cómo se cierra la puerta tras de mi. Despacio. Ya estoy fuera.
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