Breve historia de un cuadro
Me había propuesto no hablar más sobre chicas para evitar cualquier tipo de comentario hostil. Pero el sábado, en la comida del Taller, me senté con María y al tercer wiskhy le prometí escribir algo sobre ella. Y, aunque las promesas etílicas duran sólo hasta el penúltimo trago, ella merece casi una novela.
Nos conocimos hace diez años, a través de mi primera novia, una noche de Sanfermines. Recuerdo que habían quedado en un bar, el Javier, y por el camino Elena me dijo:
- No sé si presentarte a María. Todos acaban enamorándose de ella.
Por supuesto, le dije que no se preocupase.
Sin embargo, en ese momento, el poderoso drama ya había empezado.
Me ahorraré detalles.
Por ella entré en el Estudio de Iruña. Por ella me hice pintor.
Durante diez meses seguí con Elena, hasta que no pude más. Empecé otra historia, con otra chica, pero el azar quiso que en ella también entrase María.
El último año que estuvo en Pamplona, quedábamos todos los días en el estudio. Ella siempre llegaba tarde, sobre las siete y media y yo, mientras la esperaba, me dedicaba a pintar. Por entonces planeábamos hacer juntos Bellas Artes, en Madrid o Salamanca y luego comprar una caravana y echarnos a recorrer el mundo. Pero ella tenía un novio real y nuestro universo sólo lo sujetaban palabras.
Una de aquellas tardes de espera, pinté el cuadro más cursi que he hecho jamás: el mar, un delfín, el cielo rosa y un girasol. A María le gustaban esas cosas: los girasoles y los delfines. Cuando terminé aquel esperpento lo escondí en un rincón del estudio, bajo un montón de tableros.
Llegó julio y la prueba de acceso para entrar en Madrid. A ella la cogieron, a mi no.
Un año después le regalé el cuadro. Estábamos en el estudio, otra vez:
- Bueno, es horrible. Pero lo hice para tí.
- ¿Qué dices?
- Una de esas tardes, mientras te esperaba. Vamos, es cursi. Una mierda. Pero es tuyo.
María cogió el cuadro:
- Pues a mí me parece bonito, ¿Lo hiciste porque me querías?
- No, no, lo hice por hacer.
En ese momento, María cogió una espátula y se acercó al fregadero. Empezó a raspar el cuadro con todas sus fuerzas.
- ¡María! ¿Te has vuelto loca?, ¿Qué coño se supone que estás haciendo?
- No voy a parar hasta que me digas porqué lo pintaste.
- Joder, porque te quiero.
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