El Canodromo

Me han llamado drogadicto, han apostado que era homosexual. Pero nunca he oido decir que sea un genio.

Thursday, November 23, 2006

EN O’HARE


Volvíamos de comprar el último par de hamburguesas en el McDonalds. Nos arrastrábamos, más bien, abrazados a las grasientas bolsas de papel, cansados y hambrientos, por los inmensos pasillos del aeropuerto O’Hare de Chicago. Regresando a casa, como personajes de Rockwell, después de veinte días felices, muy felices en Atlanta y pensando ya en lo de siempre: mañana. Yo necesitaba un cigarro para ahogar los nervios que se me enroscaban como una enredadera en la garganta; Alberto, en cambio, los abonaba con tranquilidad y burlándose de mi hasta sacarme de quicio. Pero él estaba más cansado que yo y, quizá por eso, reparó en aquel hombre solo, sentado y leyendo un periódico deportivo.

Concho, que es Stoihckov.

Lo dijo suavemente, con gesto de sorna y poniendo boca de pato –Alberto no sabe mentir porque no lo hace nunca y, cuando bromea, siempre frunce los labios y dibuja una o pequeña de ganso.

Date prisa, pídele un autógrafo.

Y sin creerle del todo, musité:

Habrá que, digo yo.

Y busqué en el bolso mi cuaderno de notas aun sin estrenar. Y mientras buscaba recordé aquellos Madrid- Barça, Barça- Madrid de los noventa; la quinta del Buitre y el Dream Team: Butragueño, Stoichkov; Michel, Laudrup; Sanchís, Koeman. Enfrentamientos siempre apasionados, unas veces salvajes y otras épicos, que marcaron los sábados felices de mi adolescencia.
Así que me acerqué con mis huesos blancos de calcio y merengue, haciendo lo que me prometí jamás hacer: pedir un garabato a nadie que no fuese George Harrison, Ringo Starr o Paul McCartney.
Y él era Stoichkov: el sabueso de la banda izquierda que teñía de verde raso los calzones del mismo Chendo. Aquél bravucón de genio bravo que barrenaba con dardos envenenados los micrófonos de la prensa; el enemigo intimo más odiado por la afición blanca; el que aplastó con los tacos de su bota hirviendo el pie de un arbitro del que sólo por eso recuerdo; bota de oro en 1990, balón de oro –también- cuatro años después, en los Mundiales de Estados Unidos y elegido unánimemente mejor jugador búlgaro de todos los tiempos. Y ahora él, sentado sólo con las sienes encanecidas y un periódico deportivo de lengua ilegible; un viajero en el aeropuerto O’ Hare, el más grande de Estados Unidos.

Me acerqué torpemente y le sacudí tres golpecitos en el hombro:

Perdona, ¿Eres Hristo Stoichckov?

Se giró hacia mi un instante, me miró apenas con indiferencia, sin sorpresa, sin gesto y antes de volver al periódico y pasar la página, sólo dijo:

Era

Pero yo estaba con el cuaderno de notas aun sin estrenar y allí de pie. Y no podía hacer ya nada más que lo que fui a hacer y no quería.

¿Me podría firmar un autógrafo?


Si, claro. No hay problema.


Hristo Stoichkov.


Era.

Y después apuramos el último par de hamburguesas.

5 Comments:

Anonymous Anonymous said...

http://www.youtube.com/watch?v=P0AZIFmkogY

6:06 PM  
Anonymous Anonymous said...

Bueno, no será George Harrison, Ringo Starr o Paul McCartney, pero con la mala hostia que tenia, si en esa época le pones una guitarra, igual hubieras conseguido un Keith Richards...

pd: gracias por incumplir la promesa.

12:44 AM  
Anonymous Anonymous said...

joe! conociste a alguien famoso, y me tengo que enterar así de esta forma.Así no, así no

3:22 AM  
Anonymous Anonymous said...

Haces que el pedir un autografo se convierta en algo triste y melancolico.

3:24 AM  
Blogger J. said...

No, chica. Sólo es algo real. Está bien así.

7:49 PM  

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