El Canodromo

Me han llamado drogadicto, han apostado que era homosexual. Pero nunca he oido decir que sea un genio.

Tuesday, April 10, 2007

Siniestro Total


Cuando dos madres se juntan, surge el peligro. Las nuestras se encontraban a menudo por la calle, o en el mercado, o donde fuese. El caso es que sus encuentros ligaron nuestro futuro, por entonces, nada prometedor. Hablaban de nosotros y, tirando del hilo, sacaron a pasear los trapos más sucios: Inglés, matemáticas y física y química.

Así que, poco después, Pablo y yo formamos un dúo itinerante por la enseñanza particular pamplonesa. Por aquellos días, Pablo era un macarra existencialista con las greñas hasta el culo; Siempre llevaba un pañuelo palestino, botas militares, gafas oscuras y una cazadora vaquera con un parche en el brazo (un puño con el anular tieso). Si esto fuese Estados Unidos, ya te habrían cosido a golpes, le decía el profesor de historia y coordinador del curso. Posiblemente, pero no es, respondía Pablo.
Así nos hicimos amigos: te pareces a Ringo, decía él –cabeceando y canturreando Love me do-; tú, al Drogas, -sin conocer una letra de Barricada que cantar-.

Vistos desde fuera, no teníamos nada que ver, desde dentro, nos comunicábamos recitando versos de Siniestro Total.
Pablo era un existencialista vitalista, ¿cómo? No sé. Pero remendaba las corrientes filosóficas como le venía en gana. A veces decía que era dios; se miraba los antebrazos y decía: son perfectos, soy dios. Yo le escuchaba y aprendía, con vocación de discípulo despistado y -supongo que-, también, suavizaba su carácter.

En dos cursos conocimos a tres profesoras de inglés que representaban tres generaciones diferentes.
Una, la joven, era arquitecto. Se dejaba el alma en las clases pero nosotros la mirábamos a ella sin escucharla. La amábamos en secreto. Impartía las clases por la tarde y, al salir, nos íbamos a tomar algo a la tienda de golosinas de la esquina. Ya no hacíamos nada más en todo el día.

PTK parecía una bruja: desgreñada, nariguda y con ojos de sapo. Le llamábamos así, PTK, por su obsesión por la fonética: bodega-petaca-forcejeo. Siempre llegábamos tarde a sus clases y a los diez minutos, decíamos: tenemos hambre. La mujer nos traía una onza de chocolate. Los días que faltaba uno de los dos, el otro se dedicaba a escribir cartas y a dejarlas debajo del tapete de cuero. Aquella correspondencia era un alivio para tanto tedio solitario.

La bulldog tenía cara de eso, de Bulldog Inglés, y gafas de pasta negra. Las clases duraban veinte minutos: llegábamos tarde y nos íbamos pronto, tenemos que irnos, mamá nos espera a comer.

Ninguna de las tres sospechó que jamás aprenderíamos una sola palabra en Inglés, al menos, no hasta que los Ingleses nos devolviesen Gibraltar, sostenía Pablo. A mí, Gibraltar, pues bueno. Pero secundaba la premisa. Por aquello de la amistad.

3 Comments:

Anonymous Anonymous said...

Golosinas, tenemos hambre, mamá nos espera a comer. Palabras clave de un relato estupendo.

1:37 AM  
Blogger J. said...

Y funcionaban.

2:13 AM  
Anonymous Anonymous said...

Genial Pablo. El relato, sublime. J. gran amigo de sus amigos.

3:51 AM  

Post a Comment

Subscribe to Post Comments [Atom]

<< Home