¡Corre!

Paso de largo el estanco de la Plaza del Castillo, iba con el tiempo justo -mate con chocolate en la tetería de La Mañueta, a las 19.30, con Pablo-. Pero reculo, total… patatas. Y doy media vuelta, tap-tap-tap.

- un paquete de Winston.

Fuerte y barato, por eso Winston. Sólo tengo un billete gordo de cincuenta a fundir.

- Aquí tienes, majo.

Que no guapo, la señora, como me decía el estanquero de BaraKaldo. Y las muchas vueltas.

Antes de cruzar la puerta, la señora estanquera le dice a la otra señora estanquera, idéntica:

- Míralo, ese que debe dinero. Ni se atreve a mirar. Será cara dura.

Me quedo frío. Veo al otro lado del escaparate, entre pipas, a un senecto Fernando Alonso del impago. Ya estoy fuera, me sitúo a la par del moroso: un viejito con gorra castiza, barba rala, cara de dribling y tan encorvado como el puño de su bastón. Cuesta seguirle los pasos cortitos.

Corre, corre, viejito, pienso. No temas: si se atreve la estanquera a perseguirte con la cuenta, yo lanzo la pierna al aire y zaca, zancadilla.

Y él que despliega una sonrisilla desdentada. Ni me mira.


En imagen: abuelitas al sol, en la Plaza del Castillo.