
Me cuesta decidirme por novelas entradas en páginas. Consumen horas. Detesto llegar al final pensando que he perdido el tiempo. Por otra parte, me da mucha pena abandonar la lectura de cualquier libro. Procuro, por tanto, que los gordos sean, preferentemente, clásicos muy bien reputados.
Tenía en el armario desde hace siete años
La hoguera de las vanidades, de
Tom Wolfe. Por un lado, su volumen siempre me dio pereza, por otro, varias personas me habían dicho que era su novela preferida. Desde luego, no es un clásico.
Al final leí la historia desgraciada de
Sherman McCoy mas que nada por amortizar los euros. Lo cierto es que entretiene, y tiene capítulos hilarantes; no obliga a pensar mucho y engancha, es cierto pero...
Tom Wolfe retrata de un modo muy parcial el
Nueva York de los años ochenta: en 640 páginas no queda espacio para la bondad. Los personajes tienden al cinismo, a la hipocresía, a la bajeza moral, en fin, tanto que al final todos resultan ridículos, patéticos. No hay forma de salvarse. En cuanto a la historia, narrada en un lenguaje coloquial y bien orquestada, sin alardes, quizá resulte demasiado lineal. Los giros de la trama son torpes y el final se precipita, parece un muñón.
640 páginas son muchas.
No volveré a leer a
Wolfe.
(
La hoguera de las vanidades,
Editorial Anagrama, 640 páginas, 15 euros)