Me pidieron un manifiesto de artista. Yo escribí: Leí, hace poco, en un libro titulado “El desván”, una
frase curiosa que decía algo así como:
En los cuentos
de hadas chinos, el tercer hijo siempre es un poco
raro. Mi historia no es un cuento de hadas, tampoco
soy chino pero si el tercero de seis hermanos y, ya
desde muy pequeño, la gente decía que era un niño
raro. De eso me acuerdo.
Nunca decidí ser pintor. La pintura es, simplemente,
un lugar en el que habito desde el momento en que cogí
por primera vez un lápiz y del que ya no puedo
escapar. Nací con un don que es a la vez destierro y
reencuentro, herida y bálsamo, esclavitud y
liberación. Pinto para dejar constancia de todo
aquello que he vivido, para no olvidar a todos
aquellos a los que he amado, para gritar que esta
vida, tal como es, merece la pena ser vivida. Pinto
para ocupar un espacio en la memoria, para morir un
poco menos.
Y observo en mis cuadros retazos de pequeñas historias
cotidianas, las voces sordas de aquellos momentos que
no volverán; personajes mínimos que intentan entender
y entenderse y son reflejo de la belleza de Dios; la
torpe tarea de capturar aquello que no podemos ver,
aquello que se escapa; el vértigo terrible de que todo
esto pare; las contradicciones y dudas, los fracasos y
miedos, los pequeños triunfos, otra vez la vida.
Devoro historias, imágenes; todavía me asombro del
mundo. Y todo eso quiero contarlo.