2 años de canodromo. Un relato: Literatura
1.
¿Qué puede hacerse cuando no se sabe qué hacer o no se puede hacer nada?
Pensaba esto en la estación de autobuses de Donosti, ayer, sintiéndome fuera del mundo, bajo una tormenta violentísima que nos acompañaba desde Bilbao. Tan sólo unos minutos antes, le hubiera pedido a Jon que girase hacia El Peine de los vientos, pero yo ya había abandonado el coche por el hueco abierto de la ventanilla y estaba allí, gritando algo ininteligible a las olas que se despedazaban, chillándole improperios al mundo y a la vida, increpando al cielo con su vientre de plomo y resquebrajado; estaba allí, buscando tus huellas, buscándote a ti.
¿Qué puede hacerse cuando no se sabe qué hacer o no se puede hacer nada?
Y no se qué hacer.
Pero puedo decirte algunas cosas. Espero no decir demasiado.
Un día, decidí no creer más en el destino, ni tejer historias con el hilo del azar:
Érase una muchacha que dejaba caer su voz y un perfume, capaz de
envolver el aire eternamente. Le sudaba la punta de la nariz,
respingona, que se frotaba a menudo con el dedo índice. Érase la reina
de las muecas y gestos, un duende con abrigo hasta los tobillos. Tez
clara, labios finos y marcadas comisuras. Érase la niña de ojos
achinados que regalaba canciones. Érase mi ángel de la guarda, tan
frágil como la rosa de Saint- Exúpery.
Historias.
La madrugada que nos encontramos, supe que eras extraordinaria. No se trataba de una intuición, simplemente de algo que se veía, que cualquiera podría ver. Aquella madrugada ya te hubiese abrazado. Te hubiese abrazado, sabiendo como sabía que eras especial. Te miraba y quería abrazarte. Pero eras especial y había un autobús, o un tren hacia Burgos. Te hubiese abrazado, pero no te abracé.
Al día siguiente, lancé una piedra contra tu ventana, sabiendo como sabía que eras especial. Te escribí a pesar del autobús, a pesar del tren. Te escribí porque hay pocas personas especiales y una de ellas -muy especial, pensé- era de Vitoria. Pensé que te había conocido, a pesar de Burgos, a pesar del tren, a pesar del autobús.
Y tu me respondiste y yo te respondí y así muchas veces.
El verano.
El verano seguía y, un lunes, desperté con El Peine de los vientos en la mano: tenemos que quedar en El Peine de los vientos. Y yo sólo escribí, me encantaría. Podría haberte llamado pero sólo tecleé, me encantaría. Porque sabía que eras especial. Extraordinaria. Sabía que de volverte a ver.
Y sin embargo quería que me llamases, que me llamases para quedar en El Peine de los vientos, aun sabiendo que de volverte a ver.
Pero la timidez disfrazaba bien el miedo.
Cada noche, te asomabas en mis sueños. Por eso, volverte a ver sería un riesgo. Porque te asomabas en mis sueños. Y yo no quería perder lo que nunca tuve.
Pero otra vez leí tu voz. Leí tu voz y creció el miedo. Creció el miedo porque dijiste ven y yo si tú vienes y tú viniste.
Y aquella tarde, en Pamplona, cuando te despediste con dos besos, me ha alegrado volverte a ver, pensé que la alegría era un adiós para siempre. Y pensé que era un mal final.
Pero volví a leer tu voz por la noche, no cumples tus promesas. Leí tu voz, otra vez, y quería cumplir mi promesa.
Y cumplí mi promesa, a pesar del miedo. Cumplí mi promesa y el viernes ya estaba en Madrid.
No quería equivocarme. Y el tiempo pasaba entre fotos, pasaba el tiempo contigo. Y eras especial, extraordinaria.
Me estaba equivocando. Me estaba equivocando porque me sentía bien contigo.
No quería equivocarme, por eso, vamos a dormir. Porque te hubiese abrazado mil veces. Te hubiese abrazado mil veces pero el miedo. Y estabas preciosa, y te colabas; te estabas colando, tan preciosa, en mi. Y quería dormir abrazado a ti, tan preciosa. Y tenía la sensación de conocerte desde hace tiempo. Tan preciosa con el vestido a rayas, divertida, riendo. Tan preciosa explicándome el proyecto. Y yo quería abrazarte, comerte a besos, tan preciosa.
Y recorrimos la Gran Vía, hasta un banco en la Plaza de España. Un banco en la Plaza de España. Y aquel banco en la Plaza de España estaba bien, porque estabas conmigo.
Compramos una botella de whisky; volvimos a casa; cenamos patatas bravas.
Ya no había vuelta atrás para los abrazos, en la terraza. Un par de tazones de Ballantimes con limón, Sabina, tu voz y tú, tan preciosa, en la terraza. No quería equivocarme pero tú, tan preciosa, riendo.
Y me besaste, ocurrió. Me besaste, tan preciosa. Yo no quería ser uno más, no quería equivocarme porque eras especial, extraordinaria. Ocurrió y era feliz, contigo, abrazándote, entre caricias y besos. Y el miedo. Porque sabía que de volverte a ver. La timidez disfrazaba el miedo. Sabía que de volverte a ver acabaría enamorándome de ti. Pero era feliz envolviéndote en abrazos, enamorándome de ti, tan preciosa. A pesar del autobús hacia Pamplona. A pesar de David. A pesar de pensar que iba a perder lo que nunca tuve. Y quería cuidarte y tú, quiero que me cuides. A pesar del autobús hacia Pamplona y el miedo. A pesar del autobús hacia Pamplona y el miedo, me enamoré de ti.
Por eso pensaba aquello en la estación de autobuses de Donosti, ayer, sintiéndome fuera del mundo, bajo una tormenta violentísima que nos acompañaba desde Bilbao.
Lo pensaba porque no hice caso al miedo. Porque me había enamorado de ti.
2.
Un año después, releo esta carta. No sé bien porqué. Pero me acuerdo –tristísimo- de cómo la escribí para una chica a quien no conocía apenas: pensando en otra.
(2004)
- La fotografía es de Francisco Diaz. Clic