
Queridos
Marc y Ferrán:
Sé, por experiencia, que el origen del mal surge del egoísmo en sus diversas formas y complejidades. Y sé que el mal genera mal y lo llena todo y afecta de manera injusta y en forma de sufrimiento. El mal se hace una pena perpétua. Para llegar a esta conclusión no es necesario ser cristiano, sino abrir los ojos y ver lo que ocurre a nuestro alrededor, lo que ha ocurrido a lo largo de la historia. Sería arrogante por mi parte hablar del origen del
Bien y del
Mal, siendo un tema extremadamente complejo, incluyendo el
Pecado Original.
No es mi intención ser catequista. No es lugar y carezco de conocimiento y autoridad. Hablo desde lo que yo entiendo -a riesgo de equivocarme-, por tanto, estos argumentos o apuntes pueden mejorarse, rebatirse o desdeñarse. Quiero decir que la verdad no es algo que pueda poseerse, sino que Es y cada uno sólo la busca.
No podría decir jamás que alguien se merezca sufrir pero, a la vez, sufrir resulta inevitable. En ocasiones, nosotros generamos el propio sufrimiento haciendo mal uso de nuestra libertad. Otras veces, llega de fuera, sin que podamos hacer nada al respecto. El sufrimiento -así- es escándalo; un terrible muro que se interpone entre el entendimiento humano y
Dios: Por qué permite todo esto. Qué difícil encontrar consuelo y sentido cuando el dolor lo invade todo, o cuando sólo cabe el horror en la mirada. Más si las víctimas son seres inocentes o nosotros mismos.
Marc, ponías a los niños siameses como ejemplo desconcertante. Anteayer apareció en Diario de Navarra una cita de
Julián Marías:
No es posible hablar de persona humana sin pensar en el rostro de Dios. Estas palabras me recuerdan un pasaje del evangelio:
Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme
Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?»
Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.
(Mt 25,31-46)
Cada ser humano es único, irrepetible y su dignidad, absoluta. Toda vida tiene sentido, aunque a nuestra mentalidad le resulte insignificante o ridícula. Ninguna vida es igual a otra, no existe ningún
molde o patrón y cada uno libra su batalla única: Tenemos talentos y flaquezas, atributos y taras; una biografía, pequeñas historias. Quizá todo esto se invisible a nuestros ojos pero
Dios no nos juzga con criterios humanos, para
Él cada uno de nosotros -seamos como seamos- somos lo más importante de la creación. Comprender esto es difícil y muy importante.
El rostro de
Dios habita en los niños siameses, en las personas con Síndrome de Down, con Distrofia Muscular de Duchenne, etc. Para
Dios somos importantes todos y cada uno y
Su Amor es incondicional y preferente hacia los más desvalidos. Así lo dijo
Jesús en las
bienaventuranzas. Y
Dios sufre con nuestro sufrimiento, con el de cada uno:
Dios, que es Eterno, sufre la suma de todos los sufrimientos a lo largo toda la historia de la humanidad.
Nosotros tendemos a limitar a
Dios porque somos incapaces de salir de nosotros mismos; los dioses que inventamos piensan como nosotros, tienen nuestras debilidades, pero
Dios se hizo hombre y sufrió.
A mi también me cuesta entenderlo. Me cuesta hablar de el dolor. Cualquiera que lo haya experimentado, en cualquiera de sus formas, sabe lo difícil que es asumirlo, separarse para tratar de comprenderlo, lo poco que valen las palabras. Cualquiera sabe, si acaso, que lo único que podemos hacer a veces es resistir y dejar pasar el tiempo. El cristiano sabe que ofrecer su dolor no le ayudará a mitigarlo pero sí para aliviar el otros; que la fe no devuelve lo que se ha perdido, pero con el tiempo devuelve la esperanza y fuerzas para seguir adelante. Quien sufre, sin ser consciente, sin entenderlo siquiera, acompaña a
Cristo en la cruz, haciéndose partícipe de la Salvación.
¿Podemos ver esto sólo con nuestros ojos?
Abrazos,
J.