Y aquella fue mi primera entrevista de trabajo:
Era una mañana a comienzos de octubre de 1998, lo recuerdo bien. Estábamos en el descanso de alguna clase, de Ética, por ejemplo y vi a
Gonzalo que iba, como siempre, corriendo por el pasillo, encorvado y poseso, resoplando, con un papel arrugado en la mano. Apenas me miró; sólo dijo, sin pararse siquiera y señalando a ninguna parte, mientras sonreía como lo que es, un niño travieso:
ve ahora, hombre, que no hay nadie. Acuérdate, Peter.
La redacción de
Nuestro Tiempo se encontraba al final del pasillo, al lado de la cafetería, junto a los lavabos. El edificio de Comunicación parece un acuario: hay decenas de ventanales inmensos y, a través de ellos, puede verse lo que hay detrás. Y, detrás de éste, había una sala blanca con una mesa de reuniones y varias estanterías llenas de libros; a la izquierda, una mesa con un ordenador y, frente al ordenador, un señor con el pelo blanco. Blanquísimo. Entré sin llamar.
Hola, hemm, ¿está Peter?
¿Peter? ¿Qué es eso de Peter?
No, esto, quería…quería decir don Pedro de Miguel. En realidad yo no quería decir nada, si no salir de ahí; irme corriendo, encorvado y poseído como
Gonzalo.
Ah, yo soy Peter, ¿Y tu?
Bueno, yo vengo de Parte de… Gonzalo. A ver si podría, no sé, si podría colaborar en la revista. Creo que le ha dicho que me iba a pasar.
Ah, bien. Pues no me a dicho nada. Si quieres, puedes ir pasando a mi despacho, es ese, en el que pone director, ahí mismo. Voy ahora.Peter era como querría ser si fuese un personaje de novela: un genio dentro de un cuerpo de mediana estatura, cabello blanquísimo, miope y edad indeterminada. Sólo su mirada te sumía en una profunda negrura; sólo a través de ella podías sentir algo fuera de lo común, algo inexpresable, intangible. Pero en aquel momento yo no sabía nada de eso, sólo que aquél tipo me estaba noqueando. Sin piedad. Noqueando.
Pasé al despacho y me senté en una silla gris que era tan incómoda como la situación. Me quedé inmóvil, mirando al techo, sudando y con ganas de ir lavabo para hacer en la taza lo que quería hacer encima de
Peter. Entró y se sentó.
Bien, ¿qué me has dicho que querías?
Pues nada, eso, si se puede; colaborar con la revista. Vengo de parte de Gonzalo.
Vaya, eres la quinta persona que viene hoy de su parte. Le voy a tener que decir algo. Esto no puede ser.
…
¿Y en qué curso estás?
En… segundo. Es que, bueno, repito… estoy… estoy repitiendo.
Vaya, pues aquí más bien queremos a gente que destaque. Se suele entrar en la revista a partir de tercero…
El año pasado fue…
En fin, ¿Qué temas te interesan? ¿Tienes alguna preferencia? ¿Algún interés especial? ¿Política?
No…
¿Ciencia?
…
¿Tecnología?
Pues…
Aquí tenemos varias secciones. Me imagino que algo te habrá contado Gonzalo, ¿no?: Economía, cultura, ciencia, sociedad…
Me gustaría… yo… creo que sociedad.
Otro… ¿Por qué todos queréis entrar en sociedad?
… pero da, tampoco me importa, da igual… cualquiera, lo que sea.
¿Qué tal los idiomas? Supongo que sabrás alemán.
No
¿Francés?
No
Inglés, nivel alto, al menos…
Más bien medio…
¿Eres capaz de leerlo?
Un poco…
No sé si te habrá comentado Gonzalo que aquí uno tiene que hacer un poco de todo. Hay que saber bastante de informática. ¿Qué tal la informática?Peter empezó a enumerar programas -tantos como yo noes- algunos rarísimos que ahora, pensándolo, dudo que existiesen. El último de la lista fue el
word y aquella palabra insignificante,
word, aquel programa de tontos fue para mi un triunfo apoteósico y efímero. Sí, SI. Pero el segundo sí perdió fuerza y acabó arrastrándose por el suelo. Había caído, me di cuenta, en otra trampa. Me sentí ridículo; reculé:
no se nada de ordenadores, no me gusta demasiado la informática.
Peter me miró con satisfacción:
ya.
Sólo me quedaba una opción que era, además, bastante indigna: un nombre, el de mi hermano.
Peter y
Juan Andrés eran buenos amigos y aquél nombre funcionaba como una llave maestra, siempre abría puertas.
Soy el hermano de Juan Andrés.
¿Qué Juan Andrés?Me quedé libido, petrificado en la silla. Perdí la compostura. El sabía quién era
Juan Andrés, que era su hermano y que yo sabía que él lo sabía.
Joder, de Juan Andrés M..
Ah, ¿Si? No os parecéis en nada. Fue la primera vez en mi vida que busqué desesperadamente la quinta esquina de
Izraíl Métter. La tortura se había encarnado; le llamaban
Peter.
Otra cosa importante es que los redactores se pasen por aquí, al ser posible, todos los días. ¡Ah! y que terminen aquello que han empezado. Hay gente que tiene muy buenas ideas y no termina de concretarlas, se pegan un año con un sólo tema y luego no hacen absolutamente nada. Mira, un buen ejemplo: Juan Andrés. Nunca acabó nada. Recuerdo que tenía un tema entre manos, no se cual, pero jamás escribió una sola línea.Me rendí.
Creo que era sobre lo alimentos. Quería hacer un reportaje sobre la comida, no sé. O algo así. Me contó.
Ah si, es cierto. Los alimentos. Bastante original…Yo ya me estaba levantando. No sé qué cara pondría en ese momento, puedo imaginar algún gesto desencajado. Pero
Peter sonrió.
Bienvenido a
Nuestro tiempo. Mañana tenemos comida-reunión de la sección de sociedad, pásate.
Y ya no recuerdo qué dije; quizá no dijese nada, tal vez le di las gracias, o no. Pero si que recuerdo una cosa: que también sonreí.
(Fragmento de
Peter, 2005)
P.D: Hace poco,
Peter me regaló su novela, Y yo que tu yo que tu ya no me moririría. Escribió una dedicatoria:
Para el chico que no sabía alemán y ni falta que hacía.